¿Quién en su etapa de estudiante de música no ha vociferado
blasfemias y escupido fuego en referencia a Luis Cobos? La mayoría, sobre todo
en los 90. Los demás le obsequiaban su más despreciativa indiferencia. ¿Hicimos
bien? Yo creo que no, ya que una vez más superpusimos nuestras capacidades y
conocimientos musicales personales, y nuestra acotada visión del mundo artístico
a la importancia del efecto de estos productos.
De adolescente, uno de mis amigos, un muggle, un no-músico, me dijo que se había comprado el “Capriccio Ruso” de Luis Cobos, y que le
gustaba mucho. La horda de músicos de la pandilla (ya que somos de Buñol, y en
Buñol hay músicos en todas las pandillas) no tardamos en abalanzarnos sobre él
con nuestras ruidosas fauces cargadas de indignación, que sin piedad
desmenuzaban y humillaban su escasa cultura musical. ¿Hicimos bien?
Rotundamente NO.
Al cabo de un tiempo, ese mismo amigo muggle me dijo que se había comprado un disco de Rimsky Korsakov,
algo que me asombró (ya que yo pensaba que le gustaba Luis Cobos y esas cosas),
y me explicó que le gustaba mucho el “Capricho
Español”[1]
de Rimsky (en versión de Luis Cobos, de cuatro minutos… vamos, los trocitos que
“molan”), y que quiso escuchar la original[2],
y se quedó estupefacto al comprobar que la original es mucho más larga y está
repleta de más música que a él le encantaba. A día de hoy, este muggle, es un melómano empedernido y
conoce muchísima música de corte clásico de tradición europea. Luis Cobos fue
su nexo de unión, el empiece de una gran afición: escuchar música de calidad.
Por lo tanto, si Luis Cobos consigue este efecto, ser el
trampolín de lo industrial a la música clásica, pues perfecto. Loor y gloria a
Luis Cobos. Gran labor social. Todos mis respetos.
Si saltamos en el tiempo, a la era de la tecnología, donde hasta
los más jóvenes chavales tienen un teléfono móvil conectado a internet, nos
encontramos caras concentradas y nerviosas, y pulgares que se mueven a una
velocidad de vértigo. Una estampa que se hace carne en los recreos de los
institutos, en las pausas de las clases de armonía, en los bancos de los
parques, en las estaciones de trenes, etc.
Y los no tan jóvenes martillean sus pantallas táctiles en otros
contextos, pero ahí están, moviendo sus dedos, disfrutando las pausas musicales,
haciendo diamantes, recolectando corcheas de oro, mientras escuchan “El Cisne” de Saint-Säens o las “Danzas Rumanas” de Bela Bartok. Están
viciándose al Piano Tiles 2[3].
El otro día, con unos colegas, en una partida de rol,
concretamente al “Vampiro (La Mascarada)”,
alguien dijo: Pon música vampírica. Y mirando los discos que había más a mano
encontré una selección de Chopin, que muy vampírico no es, pero la sonoridad
del piano chopiniano siempre queda bien mientras la aventura sea reposada y
diplomática, exenta de escenas violentas, como era el caso. Al sonar de fondo
el “Vals Op.64 Nº1” uno de los jugadores
exclamó: “Que guapa esta pieza, esta está en el Piano Tiles 2, me mola mogollón, ayer mismo me bajé de internet la
interpretación de Valentina Lisitsa”.
El mismo efecto. Salvo con una diferencia, el Piano Tiles 2 vicia incluso a músicos.
Por lo que callemos la boca, con los argumentos que se extraen de estas
anécdotas, a todos los viejunos y viejóvenes del gremio musical que dicen:
“¡Qué vergüenza! ¡Jugando con el móvil en lugar de estar escuchando repertorio!
¡Qué manera de perder el tiempo!”.
Los procesos son necesarios, nadie nace comprendiendo la
importancia de Bach entre otros muchos, y todos hemos escuchado auténticas
basuras musicales cuando éramos niños, y este pozo de inmundicia es de dónde
venimos. Algo dentro de toda esa bazofia musical nos ha hecho de cuerda a la
que agarrarse para salir del excremento artístico. No neguemos esa cuerda a los
demás. No matemos a Luis Cobos ni demonicemos el Piano Tiles 2. Usémoslas, forman parte de nuestro arsenal
pedagógico. Seamos listos.
Enrique Hernández Pérez
Buñol 17 de Enero de 2016
[1] Que
aparece en el “Capriccio Ruso” de
Luis Cobos
[2] Hablamos
de una época en la que no existía Youtube.
[3] Adictivo
juego que reproduce música para piano (de calidad o en la factura o en los
arreglos), teniendo el jugador que llevar el ritmo y el fraseo musical con los
dedos persiguiendo ladrillos negros que caen al ritmo de la música.
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